1. El niño tiene derecho más que a mil lecciones de lenguaje, a que sea escuchado con las palabras de su propio universo y no las palabras convencionales.
2. Tiene derecho a que se le reconozca que antes de nacer ya conocía el lenguaje y es más: que él es eminentemente lenguaje. Y que los investigadores más acuciosos identifican que él a los tres años es un genio lingüístico.
3. Tiene derecho a que se sepa que percibe los mensajes no solo por su significado sino por su ritmo, pálpito, eufonía y el carácter de los pasos de los interlocutores.
4. Tiene derecho a vivir la felicidad en las palabras que se le dicen, a proyectar el amor en ellas, a no aplazar la eternidad ni el paraíso sino vivirlo en las palabras que hacia él se dirigen.
5. Tiene derecho a una relación con la palabra en su dimensión de belleza, de sentido pleno, como si fueran frutos y panales de mieles.
6. Tiene derecho a que las palabras escogidas para él sean maravillosas, fantásticas y esplendentes. A rechazar todas las que no sean fiesta, gozo y alegría. A pedir el cambio de un profesor si las palabras de este son grises y opacas.
7. Tiene derecho a que las palabras se las identifique no como sustantivos, adjetivos, pronombres o adverbios –que eso a él no le importa un bledo– sino como palabras de viento, de arcilla o de fuego. Otras como acuáticas o marinas.
8. Tiene derecho a ser el que pregunta y no el que contesta.
9. Tiene derecho a otorgarle a la palabra el sentido que se le ocurra. Si se antoja que carpeta pueda significar avión, que pueda volar con ella. Que el maestro siga dicha pauta hasta alcanzar con él las estrellas.
10. Tiene derecho a crear lenguajes nuevos y nosotros a aprenderlos así se nos atasque la lengua en el intento. A cada palabra nueva que invente el adulto ha de darle un significado mayor, vasto y profundo que complazca al niño.
11. Tiene derecho a que las palabras dirigidas a él pesen toneladas de cariño, gramos en relación a lo preceptivo y nada en relación a sanciones, prohibiciones y condenas.
12. Tiene derecho a pedir que se suspenda a un maestro si hace del curso de lenguaje una asignatura gramaticalista, cuando no hay nada más encantador, mágico y formativo que volar con las palabras.
13. Tiene derecho a apreciar las palabras por el sabor, color, textura y la fragancia que ellas tienen, no perdiendo el gustillo a miel y la música que en ellas resuena.
14. Tienen derecho a que las palabras desentrañen siempre realidades y contenidos íntimos, profundos y afectivos que nos permitan viajar y estallar de alegría. Que ellas develen y abarquen mundos.
15. Tienen derecho a que no se les corrija las palabras que pronuncian, menos las que escriben. No olvidemos que ellos son genios. Que cuando presentan una composición vayamos al fondo del asunto y no a la superficie. Tienen derecho a que se elimine de una vez por todas a la vieja gramática.
16. Tienen derecho a exigir que cada palabra que pronunciemos las respaldemos con nuestra propia vida. Si dijimos “paseo” vayamos a él así sea ya en espíritu si en el tramo final acaso hayamos sucumbido.
17. Tienen derecho a que las palabras les enseñen a sentir y pensar con autenticidad. A obrar con autonomía, buscando encontrar cada uno su voz interior y plena de triunfo.
18. Tiene derecho a expresarse construyendo metáforas y a que se le entienda en ese código, dado que es un artista consumado en esa dimensión acrisolada del lenguaje.
19. Tiene derecho a pedir el cambio de un maestro si la voz de este no es grata, hasta que ella sea reeducada, de tal modo que se convierta en música en sus oídos y que más que comprender las cosas por su significado lo entienda por la melodía que ellas desprenden.
20. Tiene derecho a la palabra en libertad. A que las palabras sean libres, sueltas y a que le nazcan alas. Que sean saltarinas y felices. Que nada pueda aprisionar a las palabras, en especial las academias; a fin de crear con ellas el mundo nuevo que todos nos merecemos.
Danilo Sanchez Lihon - Instituto Peruano del Libro y la Lectura
Este post es precioso en forma y contenido. Como bien decís, algún ministerio debería reconocer de forma oficial la genialidad del lenguaje de los peques en sus distintas etapas. Un abrazo.
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