Ahora que se tiene un conocimiento aproximado sobre la naturaleza y desarrollo del lenguaje verbal, cabe preguntarse: ¿Qué debemos hacer para ayudar y estimular el desarrollo del habla del niño?, ¿qué acciones adoptar para ello?
Los psicólogos consideran que la ayuda de los padres en el desarrollo del niño es tan importante que no puede suplirse con nada, ni siquiera con el más sofisticado y atractivo juguete. En esta ayuda, la atención y estimulación del lenguaje del niño ocupa un lugar muy especial, pues si éstas faltan su lenguaje no podrá desarrollar normalmentey se tropezará con graves perturbaciones en dicho proceso.
De allí se puede decir que, si bien es cierto que el niño puede entretenerse solo con un juguete, para hablar necesita un interlocutor que lo escuche y hable con él. Efectivamente, sin la cooperación y ayuda de los padres no se puede pensar en una evolución satisfactoria del habla. Sin embargo, podría decir Ud.: "De acuerdo, pero eso es cuestión de tiempo, ¿quién dispone del tiempo necesasario para eso, sobre todo en estos tiempos de crisis económica?" El padre muchas veces llega a casa cansado o cuando el niño ya se fue a la cama. Por otro lado, ¿cómo se arregla una madre que tiene varios hijos para conversar con cada uno de ellos?
En realidad no se trata tanto de tiempo sino de actitud. Hay familias con muchos hijos donde siempre se presentan ocasiones de estar a solas con uno de ellos, por ejemplo, cuando se le lleva a acostarlo o cuando se va al médico con uno de ellos. Esos momentos deben ser aprovechados para dialogar con el niño. No obstante, en la práctica parece que la mayoría de las veces los padres piensan en otras cosas mientras se prepara al niño para acostarlo o cuando se va con él a la calle. Si en ese tiempo le dedicáramos nuestra atención, vería él satisfecha su necesidad de solicitud sin que haga falta reservar un tiempo adicional o especial para ello.
EL NIÑO Y SUS PADRES
El niño, desde que nace, recibe información diversa del medio ambiente: sonidos, luz, textura de su pañal, de la piel de su madre, etc. Todo esto influye y el niño lo asimila, ya que durante los 4 ó 5 primeros años de vida son como una esponja que todo lo absorbe.
En esta época es cuando el niño aprende la mayoría de las cosas que va a saber cuando adulto. Aquí, todo lo que hacen y/o dicen los padres influye en la conducta del niño, cada una de las actitudes lo esculpe, cada una de las palabras lo marca indeleblemente, influyendo y condicionando día a día su desarrollo.
De allí la importancia de ayudar y estimular el desarrollo del habla del niño. Pero, los padres podrían responder a esto: "Bueno, sí es importante, pero mi hijo se desarrolla solo. El aprenderá de todas maneras a hablar".
Esto no siempre es cierto. Los niños no crecen ni se desarrollan adecuada y óptimamente sin la ayuda de los padres. Si es así, ¿por qué no influir en forma apropiada y positiva en dicho proceso?
Es por esto que es necesario que los padres adopten algunas pautas para ayudar a estimular y facilitar el desarrollo óptimo del lenguaje verbal de su niño, asegurando así un proceso de adaptación y ajuste al medio.
HABLAR CON EL NIÑO DESDE QUE NACE
La madre que mantiene una relación afectuosa, serena y verbalmente estimulante con su niño desde el momento que nace, suele propiciar el desarrollo adecuado de su lenguaje y su personalidad integral. Cuando ella le habla al alimentarlo, bañarlo y cuidarlo, mucho antes de que pueda entender sus palabras, le hace sentir seguro, protegido y estimulado para comunicarse.
Más "tarde", de manera natural, la madre debe estimularlo nombrando las cosas y las actividades que realiza con él: "toma tu biberón", "ahora te pongo el zapato", etc. y así el niño irá aprendiendo que cada cosa tiene su nombre.
También es conveniente que la madre llame siempre a las cosas y situaciones por su nombre o con las mismas palabras o frases. De esa forma el niño empieza a entender las palabras y luego a hablar él mismo, únicamente por medio de las repeticiones frecuentes que la madre le hace.
En esta etapa el niño entiende las palabras pero no puede expresarse. Este hecho se olvida a menudo cuando el niño se retrasa en esta adquisición, exigiéndosele que pronuncie correctamente las palabras: "Di sopa", "Di otra vez sopa", "Di carro", "Di otra vez", y así se le presiona a que repita una y otra vez. Pero, como el niño no ha llegado aún a la fase en que se encuentra en condiciones de repetir bien, se le presiona y exige demasiado; entonces no sorprenderá a nadie que luego no quiera hablar ya absolutamente nada.
¿Qué hacer entonces? Bueno, no hay otra cosa mejor que hablar con el niño, pero sin exigir o presionarlo a que hable, ya que muchos problemas surgen en este aspecto precisamente porque el adulto quiere, por fuerza, que las cosas se realicen como él desea, sin tomar en cuenta las posibilidades e inclinaciones reales del niño.
¿Cómo conseguir esto? Realmente no es difícil, sólo requiere paciencia y comprensión, debiendo para ello realizar lo siguiente:
Nombrar con cierto énfasis todos los objetos y situaciones con los que el niño está en contacto.
"Imitar" todas las emisiones fónicas de su niño (como guu, ta-ta, brr, etc.). Al escuchar los sonidos que usted emite, se sentirá estimulado a balbucearlos él mismo otra vez. De esta forma, poco a poco, el niño llegará a imitar cada vez más sus propios sonidos y de quienes lo rodean
Los gestos que acompañan al sonido son especialmente apropiados para estimular el habla del niño. Por ejemplo:
* ti-ti : al ver a un carro
* pum : cuando algo se cae y explota
* ayy : cuando le duele algo
* puff : cuando algo huele mal
* miau : cuando ve al gato
* guau-guau, quiquiriqui, etc., cuando ve esos animales.
De ese modo se le incita a repetir o imitar. "Más tarde" se le va preguntando algo relacionado con cosas simples y de acuerdo a la edad del niño, por ejemplo: "¿Dónde está tu naricita? Aquí"; hasta que él solo diga: "Aquí," a la vez que se le va guiando la mano para que toque su nariz y decir "AQUÍ". De ese modo se estimula también la identificación de su cuerpo y otras cosas de su entorno, lo cual, además de producirle alegría, no conlleva el riesgo de cansarlos.
SABER ESCUCHAR
Cuando el niño es algo mayor no sólo es suficiente hablarle, sino también es importante saber escucharlo. El que sabe escuchar incita con su interés a su interlocutor a hablar. Además, el que escucha como debe deja que su interlocutor se exprese.
De esa forma se va estimulando y propiciando que el niño se exprese verbalmente; pero como su lenguaje está en evolución, éste tarda bastante tiempo en formular algo en palabras, dado que su capacidad de expresión es incipiente y pequeña todavía.
Sin embargo, cabe señalar, que no todos los padres saben escuchar debidamente al niño. Por ejemplo, la madre activa e impaciente, a la que se le hace interminable esperar a que el niño termine la frase, le quita, por decirlo así, la palabra de la boca al niño que lucha por expresarse. Con esta actitud le impide los intentos de hablar y, como tal, no ha de extrañarnos que su capacidad expresiva no crezca.
Se suele también observar con frecuencia situaciones como la siguiente: Cuando un adulto comienza a hablar con el niño en presencia de la madre, antes de que él haya vencido su timidez y pueda responder, ella se anticipa a contestar sin darle la oportunidad al pequeño para responder.
Esta actitud de la madre le priva al niño de la posibilidad de entenderse con otra persona que quizás tiene una manera distinta de hablar. Claro que sus padres le entienden mucho mejor porque conocen su vocabulario y la manera de expresarse, en cambio con una persona extraña primero tiene que romper con su timidez y luego luchar por expresarse, siendo esto muy estimulante para el desarrollo de su fluidez verbal.
Otros padres, si bien no interrumpen a su niño, no saben escucharlo por mucho tiempo y siguen de modo impertinente realizando su actividad y sólo lo escuchan a medias. Esto para el niño es como si hablara con la pared. Los padres deberían darse cuenta lo impertinente que es hablar con alguien que no escucha mientras se le habla y que, por ejemplo, está leyendo el periódico. Esta es la situación en que se encuentran muchos niños durante todo el día, porque sus padres no les dedican, la atención adecuada, ni siquiera unos instantes.
Por otro lado, también es cierto que un niño irrumpe e interrumpe de manera impertinente cuando justamente se ha iniciado el trabajo o se está en un momento crucial del mismo. En estos casos el padre o la madre no sabe qué hacer y suele inquietarse, ordenando al niño que no le moleste o diciéndole que espere a que termine su trabajo. Pero, cabe señalar que cuanto más pequeño es el niño es menos capaz de posponer los problemas que le impresionan e "inquietan" saber, aflorándoles las preguntas a "chorros". Por eso pedirle al pequeño que espere, es pedirle un imposible. Es preferible entonces interrumpir cualquier actividad por breves instantes para atender y satisfacer, en alguna medida, sus inquietudes.
Pero, ¿qué hacer con el niño que está hablándonos todo el día? En este caso cualquier madre diría con razón que no dispone de tanto tiempo. Empero, cabría preguntarse primero, si el niño habla todo el día ¿no será precisamente porque sólo se le escucha incidentalmente?
Pues bien, frente a esto sería mejor, tanto para el niño como para la madre que se queja, acostumbrarse a disponer regularmente de tiempo para charlar y escucharlo con paciencia. Así el pequeño sabrá que su necesidad será satisfecha y dejará en paz a la madre cuando ella no disponga de tiempo. De ese modo él aprenderá poco a poco a esperar, porque sabe que puede confiar en su madre.
¿CÓMO PROPICIAR LA ADQUISICIÓN DEL HABLA?
Los especialistas del lenguaje suelen generalmente recomendar lo siguiente:
Dele su tiempo y atención. Deje que el niño le balbucee y anímelo realmente a emitir sonidos vocales.
Repítale los sonidos cuando él se esfuerce por hablar, animándolo por medio de manifestaciones de interés y satisfacción con él. La mejor manera de hacerlo es repitiéndole el sonido con una voz suave y cálida.
Los padres deben hablar con el niño desde que nace, no sólo para decirles "no, no", sino para hablarle como lo haría a una persona inteligente. De esa manera el niño recibirá de sus padres el ejemplo para imitarles.
Los susurros, chillidos o balbuceos no son todavía un lenguaje, pero no hay duda de que con ellos el infante intenta expresar importantes sensaciones y que espera alcanzar algunas reacciones de los demás.
El habla propiamente dicho, en el sentido que le damos los adultos, se inicia, como ya se describió anteriormente, por lo general, a los 15 ó 18 meses (un año y medio). El niño recién a esa edad alcanza el desarrollo suficiente de las estructuras neurofisiológicas y psíquicas para la aparición y articulación de la primera palabra cargada de intención comunicativa. Esto dependerá también de la influencia de los padres, quienes desempeñan un papel gravitante en la adquisición y desarrollo del lenguaje verbal.
De allí que, para que el niño tenga la posibilidad de aprender a hablar sin dificultad, a gusto y con soltura, depende de la cantidad y calidad de estimulación lingüística, así como de las oportunidades y seguridad afectiva que los padres le brinden. Estas posibilidades serán mayores si se toman en cuenta las pautas siguientes:
Un niño aprenderá a hablar del mismo modo que oye hablar a sus padres y demás personas próximas a él. Si no pronuncia bien las palabras, es que así lo ha aprendido de sus padres.
En un comienzo los padres deben imitar las emisiones fónicas de su niño para estimularlo a que repita y perfeccione su expresión, ya posteriormente, a medida que crece, el niño imitará y no ha de ser imitado. Es cuando los mayores no deben utilizar el lenguaje del infante, es decir, ya no se les debe hablar en una "lengua de nenes" o balbuceos pueriles, sino en un lenguaje claro y sencillo de gente crecida.
Si los padres hablan entre ellos y con el hijo de una manera sensata, clara e inteligible, el niño aprenderá a hablar exactamente de la misma forma.
El niño necesita un modelo para aprender a hablar, pero esto no quiere decir que deba ser corregido continuamente. Será suficiente con que oiga hablar siempre a sus padres en un lenguaje claro y en forma correcta para que las mutilaciones y tergiversaciones desaparezcan automáticamente.
Se aprende a hablar bien si se tiene la ocasión de ejercitarse lo bastante para ello. Si seguimos la máxima de nuestros tatarabuelos de que los niños "no deben hablar si no se les pregunta", será difícil que el niño hable en forma despreocupada y espontánea. Similarmente, el hijo de familias "teleadictas", siempre obligado a estar en silencio, no podrá desarrollar mucho mejor.
Estas son las pautas que deben seguir los padres para estimular la adquisición del habla de sus niños desde un principio. Además, a temprana edad es más factible erradicar las faltas e incorrecciones del habla, ya que los mecanismos neurofisiológicos que sirven de base a esta adquisición son todavía dúctiles y flexibles a las estimulaciones correctivas del lenguaje.
Esto hace que los padres puedan también determinar, con la ayuda del psicólogo especialista, las fronteras entre las exigencias accesibles e inaccesibles al niño, para lo cual se debe tomar en cuenta el nivel de su desarrollo lingüístico, su capacidad intelectual, las particularidades de su carácter y su sistema nervioso
¿CÓMO CORREGIR LOS ERRORES DE PRONUNCIACIÓN?
Otras cuestiones que se deben considerar son los errores de pronunciación del niño. Estos deben ser corregidos con tacto: sin gritos ni exaltaciones, de tal modo que no se provoquen sentimientos de vergüenza e impotencia.
Es bueno propiciar que el mismo niño quiera y se esfuerce por hablar correctamente siguiendo el modelo que le brindan sus padres. Así, cuando el niño dice una palabra por primera vez y la pronuncia mal, por lo general, es mejor no responder en el acto diciendo: "No deberías haber dicho...". En vez de eso, sonríase mostrando aprobación, pues, ¡SU HIJO HABLÓ!, y luego repita la palabra diciéndola correctamente.
De esa forma, aunque usted no desanima al niño de usar el habla de "chiquitín", no obstante no lo anima a seguir diciendo la palabra en forma incorrecta. A veces las amistades y parientes bien intencionados consideran "graciosas" las expresiones incorrectas del niño, esto ciertamente es mejor que considerarlas "malas" o "incorrectas". Sin embargo, desde el punto de vista de la adquisición del habla, se logra el mayor bien si se aprueba el acto del niño de hablar correctamente.
Lo dicho no significa que casi desde la "primera palabra" los padres deben esperar que el niño hable como adulto; pues, él habla, piensa y razona como niño, pero va mejorando estas cualidades a medida que crece y en el grado en que sus padres le brindan las condiciones y oportunidades para ejercitarse.
Si al principio el habla del niño es una imitación imperfecta de la palabra, la clave del perfeccionamiento y éxito son la paciencia y el buen ejemplo que los padres le brindan. De esa manera, en forma progresiva y de modo "natural", irá dejando las características del hablar de "chiquillo".
ACTITUD DE LOS PADRES ANTE LOS ERRORES DE PRONUNCIACIÓN
Es importante que los padres asuman una actitud comprensiva y tolerante en la estimulación del habla del niño, procurando, además, no poner ante él metas imposibles de lograr.
En algunos casos, cuando el niño pronuncia inco- rrectamente ciertos sonidos y palabras, los padres suelen impacientarse o irritarse con él, actitudes que de hecho suelen ser perjudiciales, ya que algunos defectos que pueden deberse a factores hereditarios o a una mala disposición biológica, tienden a ser empeorados por esa presión.
En otros casos los padres suelen considerar "terrible" lo que puede ser sólo una fase pasajera, como que el niño se "congela" o queda "atrapado" en el patrón malo. Por ejemplo, el niño de "término medio" carece de fluencia en su modo de hablar, pues, vacila, tartamudea o balbucea especialmente entre los 2 y 4 años. En esta etapa no conviene exigir y presionar al niño para que logre la fluidez del lenguaje.
Cuando los padres frente a esos errores no se muestran severos y "horrorizados" y, por el contrario, le "tocan" al niño amorosamente, aceptándolo con una sonrisa, la tensión disminuye y hace que el impedimento también disminuya. Esta atención comprensiva y amorosa aligera la congoja tanto en el niño como en los padres.
Todo esto da una idea sobre la importancia de saber estimular y apoyar al niño en la adquisición y desarrollo de su lenguaje y no dejarlo a su suerte, sobre todo cuando se percibe que tiene dificultades.
La falta de atención y apoyo en este proceso generan problemas de lenguaje, con los consiguientes efectos posteriores en su integración y adaptación al medio social, en el que el hablar bien es una cualidad importante y decisiva.
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